Canal para los amigos

Veronica

Trujillo Marin

Ana Tobaruela Sievers

EL ARRULLO DE LA TARDE

 

 

 

El sol de aquella tarde se dejó escurrir sobre los tejados  y como una sutil toquilla, gozosa y cálida, se restregó por las sábanas que yo tendía. Quizá en ese vaivén rozase mi cadera, tal vez fuera en la oquedad de mi espalda cuando retiré los brazos de la cuerda donde se columpió un momento, o, que por llegar la hora de irse a dormir quisiera jugar al escondite con el velaje de lencería doméstica. El caso es que templó todo mi ser hasta el punto de tener que tumbarme en la hamaca retando a una pulmonía por la baja temperatura del invierno.

No cerré los ojos. Mi mirada fue absorbida por las velas del galeón de la nostalgia y una vez más añoré mi ensueño en el que escuche cinco cuerdas de un instrumento mágico que levantó en su arco mi desasosiego. Los encuentros clandestinos. El deseo contenido por su ausencia, lacerante en mí. Sentir su boca sobre mis ojos donde se ahogaban en lágrimas porque consumíamos el tiempo. Su piel en la memoria de mis dedos, de mis labios y la untuosidad de su saliva. Su aliento en mi costado. Inspirar su aroma de morenez cetrina, de su cuerpo juncal y acerado, de sus rincones hermosos donde tantos besos sembré. El susurro  de aflicción en el laberinto de mis oídos con un grito ahogado en el clímax del momento más íntimo. ¿Por qué  me matas, amor?, estrangule la pregunta en el vacío.

            Una brisa lenta como el aletear de mariposas al final del verano hizo que desde la cubierta del bajel viera la cabeza del padre de mis hijos entre un sin fin de papeles.

             Siendo otra dentro de lo que yo era, bajé al salón y, como acto reflejo pero consciente de lo que hacía, puse un disco. Los primeros acordes y la voz de Gloria Estefan mecieron mis caderas. Me até el pelo en una coleta y me volví a mi marido. Ven –le dije- pégate a mi, ¿quieres? –añadí sin dejar de moverme. Vi como el arrobo se asomaba a sus ojos,  entreabriendo sus labios, con los brazos ya extendidos hacia mí.  Sé que aún me queda una oportunidad. Sé que aún no es tarde para recapacitar.  La voz nos envolvía, yo deletreaba la canción como una colegiala, pero con la intención  de la mujer adulta que soy. Quería hacerle entender lo que sentía de verdad, una ternura inusitada, desbordante, esculpirle con mis besos sé que nuestro amor es verdadero, con los años que me quedan por vivir, demostraré, cuanto te quiero. Pégate más a mi –me oí decir sensual- y el hombre que me bailaba, con el que llevaba casada dieciséis años, pasó las barreras de lo prudente. Con los años que me quedan, te haré olvidar cualquier dolor. Sabes que eres mi adoración, serás mi vida entera. No me puedo imaginar vivir sin ti. Haré que te enamores más de mí. Me dijo él sin ninguna entonación. Se lo agradecí infinito. Me abracé a él como si fuera mi último aliento. Si tengo primaveras en mis manos y alegrías para darle -le dije- y me aguijoneé por dentro, ¿por qué miro a otro lado? Sé que él me amaría aunque yo no le quisiera, ¿dónde mejor manantial de un todo?, si poseo los colores de la vida ¿por qué siento que me falta algo?

            El sentirme mujer para otro hizo, si cabe, que me pudiera sentir hembra con mi marido y no sentir ningún pudor. Esa noche fui sultana en nuestra alcoba. Él la llenaba toda. Y yo, que desde hacía algún tiempo, estando en su cuerpo vagaba en los océanos con mi capitán de rumbo perdido. Esa noche no necesité bahía donde amparar mi secreto. Fui suya completamente.

            Su móvil rompió el silencio de nuestra jaima y al levantarse él, admiré su espalda. Oyendo su voz a través del tabique; lloré por mí. 

Trujillo Marin

Almudena Martin-Montalvo

Berta

Oigo ruidos de cristal chocando: cumpliendo un rito llamado brindis. Música preparada con anticipación. Ruidos. Ruidos de carreras al trote, desacompasadas, por el pasillo. Berta, derrotada y vencida adrede antes de llegar a la meta que constituye el final del pasillo. Atrapada por su propia voluntad por unos brazos transformados por instantes en tentáculos, dirigidos los dos por las costumbres, sin saberlo, sin saberlo, ellos dos.

Silencios interrumpidos solamento por gritos entrecortados, disimulando el tono, tanteando la escala por ver si se llega al acorde conveniente y oportuno en cada situación que se sucede. Lecciones bien aprendidas. Ropa que se desliza tristemente por unos muslos jóvenes que ya saben lo que es el desamparo.

Expresiones de placer torpemente buscado y no encontrado. Un binomio forzado de carne ensamblada. La lluvia turbia que riega un campo no dispuesto a ser abonado.

Y así llega la hora de las sonrisas fugaces, de las expresiones y risas cotidianas para ocultar, quizá, quizá, la vergüenza que ni por asomo se ha de destapar; como se destaparon, por el contrario, los instintos...

Siento un cierto desapego por P*** y me imagino una - ¿por qué no había de ser? -comunicación a solas con “ella”. De repente, mi imaginación se dispara...

“Me gusta andar solo por la calle, Berta. Y no sabría cómo explicártelo. Me gusta mezclarme entre la gente. Así soy uno de ellos, pero soy distinto a ellos, Berta, soy yo, aunque no lo quiera o no sepa bien quién demonios es ese 'yo' que se me ha impuesto como un castigo o virtud, ¿entiendes? Yo, mezclado entre la multidud, andando al mismo paso que ellos, mirando desconfiadamente como ellos, preguntando la hora como ellos, rozando el culo de una mujer que me estimula en el metro, como ellos, rezongando ella conmigo, como con ellos.”

“Ayer tuve un sueño. Me quedé estúpidamente dormido, mientras me vestía, en el colchón.Tuve un sueño horrible”.

“Soñaba que me deslizaba en bicicleta por una carretera; no sabía adónde iba, ni me importaba en exceso. El sol estaba amable ese día, el campo estaba de buen humor también, dividido en dos por la carretera, como si de una cremallera abierta se tratase, y yo con mi bicicleta iba cerrándola. Cerrándola para siempre”.

“Recuerdo que iba cantando, casi cantando. Me dirigía a un lugar que no conocía de antemano, me dejaba llevar por la voluntad de la bicicleta o yo no sé de quién. Pero no era exactamente mi voluntad. Yo sólo asentía complacido a algo que escapaba enteramente de mis manos. Ni siquiera conducía el manillar, sólo apoyaba mis manos sobre él, él decidía adónde torcer, por dónde seguir, de dónde escapar, en dónde correr”.

“Y, sí, empezó a correr como una loca, desesperadamente, enfurecidamente; y derrapaba y chirriaba la cadena, y yo no me caía, aunque sentí un vértigo casi absoluto, la soledad del vértigo...”

“...hasta que yo, no pudiendo más, muriéndome de desgracia, agonizando, intenté, casi a ciegas, porque ya nada veía, ya nada distinguía con claridad, intenté agotar el delirio, primero accionando los frenos; no se podían mover : eran de piedra. Yo sólo podía sentirlo así por medio del tacto, pues no veía nada, no veía, por no ver, ni siquiera el negro reposado de la obscuridad...Todo eran rayas estridentes, de colores malditos que nunca antea habían sensibilizado mis retinas, colores que chillaban, que aullaban, ruidos ensordecedores, como si un monstruo mitológico estuviera agonizando y pidiera ayuda, ayuda desesperada, como si me atrajera como atrae un imán, sin poder elegir el no acudir. Y cada vez más, mis oídos eran taladrados con berridos alienantes...”

“Yo ya no era yo, yo me estaba diluyendo en un horror, sólo sentía vagamente, muy vagamente, que me diluía...en el espacio vacío, en la nada...dejaba de existir...”

...Y me desperté mojado en sudor. Y se acabó el terror: como si hubiera ido in crescendo, según aumentaba mi sudor, mis gotas de terror; ahora, resbalaban ya, cansadas, por todo mi cuerpo, hacia abajo, como huyendo...

Y al levantar la vista hacia la puerta, primero borrosamente, y después de manera precisa, la vi a ella, a Berta.

Su rostro era distinto esta vez. Todavía dudaba de que me hubiese despertado; ¿estaría entrando en otro sueño, si cabe más horripilante?

Y esta vez todo era distinto. Ella me miraba con un rostro patético, estaba realmente asustada, me pedía ayuda con los ojos, unos ojos – tengo que confesarlo – que me llamaron la atención más tiempo del que normalmente les hubiese concedido. Y un cuerpo que estaba a punto de derrumbarse, que sólo se apoyaba ya, y levemente, en el quicio derecho de la puerta.

De repente, su cabello negro, casi azul, empezaba a crecer y crecer sin parar, sin prisa, sin pausa, suavemente iba cubriendo su cuerpo desnudo y magullado. Casi estuve a punto de levantarme, no sé si inspirado por la lástima que me producía, para consolarla, para reconfortarla tal vez torpemente, con mis brazos, cubrirlo con algo lo más parecido al amor, porque, sí, porque el amor el amor por este ser quizá se me estuviera filtrando dentro adentro...y de repente, qué impotencia: el pelo se le caía en pedazos sólidos, y como un cáncer, se estaban extendiendo los moratones en círculos desordenados, iban ocupando poco a poco todos los límites de ese cuerpo. Por un instante leve, dirigí mi mirada apabullada a su rostro, insólito, que había detenido su expresión de dolor para detenerse inmóvil. Bajé de nuevo la vista a su cuerpo, que ya no estaba entero, que se estaba desintegrando, sin remedio.

...Yo sólo podía ser espectador de este segundo horror, más intenso que el primero si cabe...

FIN

Veronica

Veronica
Centauro

Veronica

TODAS LAS NOCHES, TODOS LOS TRENES.



El sueño es una demencia corta,la demencia un sueño largo.

A.Shopenhauer





Todos los trenes le parecieron iguales. Así que tampoco dudó cuándo aquel cerró sus puertas, y primero perezoso, luego mas deprisa se fue perdiendo en la distancia. Por supuesto ella no estaba en aquel tren, ni en el anterior, ni el que pasó antes que aquel, ni en todos los que le antecedieron. 

Llevaba horas sentada en aquella estación , dejando pasar trenes y rostros por sus ojos, como si su mirada fuera parte del viaje de la vida pero no pasaje.

Como un resorte automático volvió a repetir el corto trayecto que le llevo de nuevo frente a la taquilla, abrió el bolso, sacó unas monedas y antes de que pudiera hablar, el hombre de detrás del cristal la interrumpió:

-¡No me lo diga!, ¡acaba de perder el último tren y quiere comprar un billete para el próximo!,.. ¡aquí tiene!, son 4 euros, sale a las 19,45, y como ya le he dicho antes si no se da prisa volverá a perderlo.

Aquella mujer, quiero decir, tal y como la veía aquel hombre, era una mujer común, ni guapa ni fea, no pensó en ningún momento si era inteligente, era algo que en su trabajo era muy difícil de valorar; un leve saludo, mas bien impersonal, un lugar de destino y finalmente el precio del billete. Sin embargo le había parecido intuir, contra todo pronóstico una musicalidad, cierta sensualidad misteriosa, que le había perturbado al principio y después cuando vio que se alejaba causado una sensación molesta. Aquel hombre rondaría los sesenta y tras 20 años vendiendo billetes en aquella estación jamás se había interesado lo mas mínimo por ningún usuario de la compañía. Mientras daba por finalizado aquel cúmulo de pensamientos, espero verla recoger el billete y marcharse, pero la mujer se encendió un cigarrillo, dejo unas monedas sobre el mostrador y le clavo la mirada. A pesar de los cristales levemente cromados pudo notar en todo su cuerpo la fuerza de esa mirada, y deseo por primera vez en su vida salir corriendo y coger uno de esos trenes que tantas veces había visto partir desde aquella taquilla. 

La mujer se decidió a hablar:

Perdone señor, ahora quiero un billete para el próximo tren y para el tren que vendrá después.

El hombre sintió como la boca se le abría por la repentina estupefacción. Solo pudo balbucear.

-¿cómo?,... ¿No le entiendo bien?,...

¡Me entiende perfectamente!,.. Hablamos el mismo idioma verdad?,.. La mujer dejó escapar de sus labios una sonrisa.

El hombre levantó un poco la cabeza como si buscara un acompañante imaginario junto a aquella mujer.

-Viajo sola,- respondió dando por sentado que entendía a la perfección el motivo de aquel gesto.

Ahora si que empezaba a creer que aquella mujer no era común, seguía pensando que no era ni guapa ni fea, pero tenía el firme convencimiento de que no estaba bien de la cabeza.

-y perdone el atrevimiento!, se que no es de mi incumbencia pero dígame ¿va a viajar en dos trenes al mismo tiempo?,...

Ahora fue él el que esbozo una tímida sonrisa triunfal.

-¿Qué le pasa?,.. No está ud autorizado a vender billetes para dos trenes diferentes a una misma persona?

-aquí tiene el dinero, puede darme los billetes.

El hombre vio acercarse a un grupo de personas a la taquilla y mitad atónito, mitad asustado ante la idea de empezar una discusión dejo caer un suspiro de resignación, arranco un billete y lo puso al lado de las monedas.

Luego con la misma voz de autómata de siempre, repitió en voz baja, 

-Un billete para el cercanías a Blanes, hora de llegada 22,15, gracias.

La mujer cogió los billetes mientras el hombre contaba para si las monedas.

Él la miraba de reojo cuando volvió de nuevo al anden, y se sentó despreocupadamente en el banco, como un pasajero mas, que se dispone a esperar su tren.

Llegaron otras personas, aunque a decir verdad no hubiera podido decir nada sobre ellas, si eran hombre o mujer, jóvenes o mayores, rubios o morenos, había dejado de ver a nadie que no fuera aquella misteriosa mujer, y solo oía las voces a las que respondía, siempre sin dejar de mirarla a ella, que le daba la espalda, que le provocaba la eterna duda de si por fin cogería algunos de los trenes que como cada día, algunos con retraso, otros puntuales irían llegando, mientras él, después de muchos años había conseguido por primera vez, romper aquella rutina que le obligaba a esperar dar un servicio y recibir el dinero por ese servicio. Secretamente quiso que no se fuera ydeseó que su turno no acabara.

Por fin llego el tren de las 22,15h. Aunque para ser mas exactos no se hubo detenido del todo hasta las 22,18 h. El corazón le dio un vuelco cuando la vió levantarse, pero volvió a recuperar la calma cuando se detuvo a media camino y rebuscó algo en el suelo. Lamento profundamente que hace tan solo un año cambiaran aquellos cristales de la taquilla por otros blindados mas oscuros. Ahora eran demasiado opacos para poder ver con detalle lo que hacía aquella mujer.¡Tenía que salir para verla!,.. Primero la idea le pareció una locura, luego una hazaña, aventurarse a salir de la taquilla era algo que no estaba acostumbrado a hacer. Intentó convencerse en vano de que era una estupidez, pero el tren estaba a punto de salir y ella todavía se encontrabafrente a las puertas abiertas, quizá se decidiera a tomar ese tren. Como un resorte empujó hacia atrás la butaca giratoria, abrió la puerta, y amparándose por una columna de un cartel publicitario la vio tras los cristales del edificio. El tren cerro sus puertas y reanudó la marcha con un leve pitido. Por fin respiró tranquilo. Observó a la mujer girarse y regresar sobre sus pasos, también la vio dirigir la mirada hacia la taquilla, ¡y el no estaba allí!,dos zancadas grandes lo regresaron, se sintió extrañamente ligero como si de pronto hubiese recuperado cierta agilidad o juventud. Le dio la vuelta a la butaca que había quedado mirando al lado contrario de la ventanilla, y por fin a trompicones, emocionado y exhausto, se sentó e intento recuperar la compostura. Efectivamente la mujer repetía su itinerario y se acercaba de nuevo a la taquilla. Contuvo la respiración, aquel día había sido un día de sorpresas, no por el extraño comportamiento de aquella mujer, que en 20 años de trabajo ya había visto comportamientos de todos los colores,sinó por todas las cosas que había pensado y hecho él, ¿se estaría volviendo loco?,... 

Esta vez la mujer no rebuscó en el bolso, simplemente lo depositó tranquilamente sobre el mostrador de tal forma que impedía la visión parcial de su rostro.

-A que hora pasa el próximo?,-

Su voz parecía venir de todas partes, pertenecer a todos los tiempos, demandar todas las respuestas posibles, convocar todos los silencios.

-El próximo Sra,- dijo tragando saliva,- pasa a las22,45, y el último del día a las 23,20.

La voz de aquel hombre sonó temerosa cuando sus labios pronunciaron todas las letras de el “último”.

-Deme uno para el de las 22,45 y otro para ,... ,- la mujer dudó como si tampoco quisiera pronunciar aquella palabra.

y otro para el de las 23,20,-





El bolso fue retirado del mostrador de la taquilla, dejando al descubierto el rostro de aquella mujer que por un segundo le rememoró otro rostro, el de su mujer. Tuvo que cerrar los ojos y volver a abrirlos para recordar que su mujer había fallecido hace ya mas de 20 años.

-Me da los billetes, por favor?. Si no se apresura perderé el último tren.

Algo le impedía moverse, primero sintió como la taquilla se volvía mas pequeña, luego mas oscura, hasta que aquella mujer se tornó una mancha oscura, un cúmulo de niebla, un pálpito que lo regresaba de la muerte, un susto por el pasado no vivido, y después una luz tenue que molesta, un cansancio crónico que regresa y muy lejos un sonido de vagones que se alejan.

Quiso pensar que se había quedado dormido, así lo quiso la mente no el corazón, intuitivamente escrutólo poco que quisieron mostrarle aquellos cristales opacos, que ahora eran mas oscuros que antes, pero solo tuvo la vaga imagen de un tren que se aleja. Miró su reloj eran las 23,24 minutos. Salió de la taquilla, pero esta vez no se escondió, caminó con el corazón derrapándole en cada paso, sin control, sin freno con la esperanza difunta de los que saben que lo que han visto en sueños ya no lo han de encontrar en la vigilia. No se equivocó, no vió en aquel banco a ninguna mujer, la estación estaba vacía. El miedo lo hizo temblar. El silencio era revelador, aterrador, preciso:

Aquella noche ya no habrían mas trenes ni mujer que lo esperara y a quien esperar.







v.h 2009

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domingo, 30 de septiembre de 2007

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